La moral
Una de las ideas más difundidas en nuestra sociedad es aquella según la cual la crisis de nuestros tiempos está, entre otras cosas, caracterizada por un debilitamiento de la moral. ¿Quién no ha oído decir que tal o cual problema se debe a que “se ha perdido la escala de valores”, que “ya no se tiene principios”?
Pero el problema no es ése. El problema es cómo se entiende eso que se llama valores. Porque el lugar común es creer que tener valores es lo mismo que tener una claridad mental, una capacidad de juicio que permita ir discriminando el bien del mal como quien separa la hierba mala de un campo, o el artículo defectuoso de una cadena de producción. Los valores son concebidos como si fueran ideas o formas con contornos nítidos. Entidades diferenciadas, con un sentido unívoco. El principio de no contradicción reina en ellos. Son lo que son.
No podría afirmar de dónde viene esta idea, pero sí puedo decir quiénes la usan reiteradamente. Allí están las religiones, los moralistas, los partidos políticos, los ideólogos, las escuelas e incluso buena parte de las familias. Todas ellas comparten la idea de que una moral sana es unitaria, coherente, diáfana, justificable, transmisible. Lo más parecido a una “doctrina”, vale decir, a un sistema de ideas jerarquizado. De ahí la facilidad con que se pasa de la moral a los códigos de ética y a las leyes.
No digo que los que así piensan crean que todo esto se adquiere fácilmente. No, más bien todos reconocen lo difícil que es lograr inculcar una determinada moral. Para eso están las escuelas, los sermones, la propaganda, los padres sancionadores. Todos preocupados por sembrar “principios”; algo así como anclas que permiten que nuestras vidas se sujeten a puntos fijos.
¿Es esta visión equivocada? Sí, profundamente equivocada. Porque de ella se han derivado las acciones más horrendas que se pueda concebir. Los crímenes más atroces contra la humanidad no han surgido, como se podría suponer, de los delincuentes o renegados. Tampoco han provenido de la gente sencilla, a la que suele despreciarse por su incultura o poca formación. Mucho menos de las mentes dubitativas. Tampoco de los ignorantes, de los “mediocres”. Surgen de los iluminados, de los líderes, de los poderosos, de los jefes natos. De los partidos, de las Iglesias, de los Gobiernos. Cada cual con su catecismo respectivo en mano. Asegurando que la verdad les acompaña; haciendo creer que sus guerras son causas nobles; que la sangre derramada es el sacrificio justo; que la historia los justificará.
No ha habido quien haya cometido crímenes de lesa humanidad y no haya pretendido justificarlos.
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